lunes, junio 01, 2015

El símbolo del héroe



El miércoles pasado, 27 de mayo de 2015, dejó su cuerpo físico mi maestro y amigo José Luis Ontiveros. Como una manera de recordarlo y de mostrar cómo su pensamiento sigue válido a través de las décadas, reproduzco esta entrevista que le hice algún día de 1995 y que apareció publicada originalmente en el suplemento Sábado de Uno más Uno.


AC. A lo largo de las  diferentes lecturas de tu obra se han mostrado de manera relevante tres temas o tres áreas de reflexión que son la literatura, la política y las ciencias ocultas. ¿Cuál es la relación que planteas y cómo crees que pueden fusionarse en el quehacer literario?

JLO. Me propongo sustentar una cosmovisión, lo que se decía una Weltanschauung, pero fundamentalmente a través de medios estéticos y literarios, no a través de un sistema de pensamiento sino de imágenes que se revelen como en una aparición, como en la función que cumple la oración para el creyente. Ahora, en el Hotel de las Cuatro Estaciones es un propósito conservar un carácter crítico y ambiguo y, por el mismo tema, que puede considerarse maldito, abominable o polémico como es el personaje trágico que encarna Rudolf Hess, llamado en  un momento por un autor italiano “La máscara de hierro de Spandau”. Yo creo entonces que el lector debe esforzarse en el desciframiento, en el sistema de pistas oníricas desde una lectura  del símbolo y del mito. Creo que más que ciencias ocultas sería el propósito de una vía iniciática tal como la comprenden en la tradición Julius Evola y René Guenon. Ahora,  creo que el tema tiene antecedentes en la literatura mexicana cuando por ejemplo José Emilio Pacheco, desde otro ángulo muy  interesante, crea esa atmósfera en su novela Morirás lejos. Y por otra parte creo que sería afín en cierto sentido maldito o de desafío estético al Farabeuf de Salvador Elizondo, mas siendo la mía una escritura más pasional cuando Farabeuf es producto de una literatura abstracta y cerebralista. Yo creo entonces que esa trilogía que tú marcas está definida a través de una concepción de valor estético donde es fundamental la influencia del “Deutsches Requiem”, de Jorge Luis Borges.

AC. Desarrollando esta primera pregunta un poco más, si en un momento dado tu narrativa parece un instrumento político o de reflexión espiritual, ¿de que manera se da esto? ¿Es mas importante que lo estético o solamente lo enriquece o lo matiza? ¿Hay una relación jerárquica entre tus indiferentes intenciones autorales?

JLO. Yo creo que sí, que mis intenciones son fundamentalmente literarias. Si no, hubiera pensado en escribir más bien un tipo de reflexión política que está muy lejos de mis intereses. A mí se me ubica más bien como un valor estético, estrictamente estético-literario y metapolítico, lo cual resulta muy anómalo, es cierto, respecto a lo que se acostumbra escribir en el trillado repertorio costumbrista y sociológico, que es al que tiende una parte importante de mi generación. Es un tipo de literatura light  donde no hay propósitos estéticos. Al contrario, yo diría que mi literatura exige una concepción difícil del quehacer literario, a contracorriente de todo ese tipo de literatura bombón, chewing gum, ¿no? Y en ese sentido resulta una revuelta desde una posición artística contra el mundo de la trivialización y banalización de la existencia, que es la subliteratura del consumo mercadotécnico.

AC. En El Hotel de las Cuatro Estaciones, como en tus primeras obras de ficción breve, hay una técnica de contrastes y claroscuros, en virtud de la cual algún personaje destaca sobre o ante otros personajes ¿Esto podría hacernos pensar en una recuperación del culto del hombre extraordinario?

JLO. Yo creo que es cierto, es real esa concepción tuya de mi obra. Hay en ella un culto al héroe en el sentido de las virtudes de la caballería. Es lo que dice Bioy Casares precisamente en un epígrafe que elijo para El Hotel de las Cuatro Estaciones, precisamente que en un momento determinado uno debe abandonar todo por un principio, por una idea, un sueño o una obsesión; es decir, existe esta recuperación del sentido del aventurero y del héroe que se sobrepone a la figura invertebrada, en gran parte senil y muchas veces agusanada de un tipo de antihéroe ya desgastado por una porción importante de la literatura contemporánea. De este héroe hablaba Max Weber, y en el mismo sentido El Hotel de las Cuatro Estaciones es una metáfora de cómo los reinos del mundo son efímeros y luminosos. Entonces yo diría que aquí existe una reconquista del símbolo del héroe y de la gesta de caballería a través de una concepción trágica de la existencia, la cual se plasma naturalmente en la literatura y en el símbolo del personaje que encarna lo que puede ser, o bien en una serie de relatos sobre un personaje que tiene esas características formales o en una novela que  algunos han calificado de gótica y que puede leerse de las dos maneras. Entonces yo diría que sí, efectivamente, hay un propósito de afirmación de los valores del héroe sobre el mundo del tendero, del vender y comprar telas, y sobre el tonel del ciudadano grasiento.

AC. ¿Esta recuperación de valores arcaicos elementales, incluso solares, y esta crítica a la trivialización contemporánea nos lleva a una postura del escritor ante su sociedad o a una función del escritor en la sociedad?

JLO. Yo creo que sí. Y esta función es la del sentido propio de la revelación profética, en donde el escritor no es más que un medio de las fuerzas de lo alto, no del inconsciente ni del humus ni de las represiones del paleofreudianismo, sino de una presencia activa del númen, del daimon, del yin, del Espíritu Santo, del ángel de la guarda en la literatura, que es el que te dirige y se manifiesta; yo creo que en ese sentido profundo la literatura es la recuperación del sentido del mito, de la religión y de lo sagrado en un mundo deslizable, posmoderno, superficial y sin arraigo ni convicciones,  un mundo donde dominan el placer indomado y la muerte del espíritu.

AC. Al llegar a este punto da la impresión de que el culto del hombre extraordinario se convierte también en una idea del escritor extraordinario.

JLO. Bueno, creo que no se puede escribir nada que no forme parte de la existencia y, en un sentido profundo, de la experiencia espiritual. Entonces sí hay una afinidad entre esa inmensa búsqueda del personaje trágico, que encarna en sí el destino, y del escritor que es poseedor de una verdad superior a la de del contrato social del totalitarismo democrático o a la ya enterrada del gulag soviético, a la uniformidad, a la homologación cultural. Es una visión en donde el escritor es un hombre más bien de capa y espada, como decía Drieu La Rochelle:  dispuesto a dar y recibir golpes, no un simple amanuense, chupatintas, literato, gacetero, funiculario o pensador entre comillas, no.

AC. Todas estas características, esta organicidad en tu obra, esta convicción que es evidente al leer cualquier cosa tuya han ido formando una personalidad literaria muy diferente de las otras que se fueron desarrollando en la misma época. Hablo concretamente de la generación de los nacidos en los cincuenta. Los narradores de esta generación supuestamente han compartido lecturas, maestros, un contexto histórico y social y, dentro de este contexto, tú eres una figura muy aislada, diferente, que quizás haya sido adelantada puesto que estos temas que tú empezaste a abordar hace ya más de una década ahora están siendo recuperados por las nuevas generaciones. ¿Cómo te ubicas en relación con tus contemporáneos?

JLO. Sería difícil que estableciera yo correspondencias en un sentido orteguiano, incluso con esta generación que —dice el pensador español y traductor de La decadencia de Occidente  comprende quince años. Fuera de ese lapso, yo pienso que en la literatura mexicana se presenta un tipo de ruptura que yo encarno, en cuanto que no correspondo ni al establecimiento de la derecha ni al de la izquierda en el sentido de la formación intelectual. Yo diría que represento una posición transgresiva, inconformista, que puede ser muy diabolizada y que por eso mismo también puede ser muy atractiva. Siento que de alguna manera me sobrepuse a la influencia del medio en una actitud de reacción creativa, de violencia espiritual creadora. Esa sería mi posición.

AC. Te planteaba esta afinidad mayor con escritores más jóvenes porque, ahora que las utopías se han visto desacreditadas, parece renacer en los autores, y ya ni siquiera en los de mi generación sino digamos en los nacidos en la década de los setenta, una nostalgia por la aventura y por la violencia y un gusto por ciertos ambientes góticos. En ese sentido, como observador que has sido de los procesos de la evolución estética, ¿cuál camino crees que vaya a seguir la literatura mexicana?

JLO. Creo que afortunadamente hay un tipo de reacción, un movimiento a contracorriente contra el predominio de las tendencias costumbristas de la pseudoliteratura. Es una reacción de revelación del ser, y siento también que, dadas las condiciones del mundo, no solamente en la literatura mexicana de esta generación que emerge de los setenta, sino en todas, se observa un retorno al sentido del misterio y de revuelta contra este mundo desmaravillado, dominado por un estado mundialista, este mundo de la usura, las finanzas, el aniquilamiento de los sueños. Entonces creo que los escritores quieren ser otra vez de alguna manera los caballeros andantes de su estirpe y en este sentido hay todo un campo, podríamos decir, de la fantasía heroica, de una ficción metahistórica, de una presencia del héroe en cuanto símbolo, en cuanto hombre que se atreve a romper con las reglas sociales y que en ese sentido es un bárbaro y no corresponde a la normalidad de la civilización. La literatura se anticipa naturalmente a la política en este mundo de las utopías racionales que se desploman, desde el comunismo hasta este neoliberalismo agónico y opresor. Yo creo también que la morfología de la cultura presenta entonces una respuesta en donde lo fantástico que guarda en sí el sentido del misterio se rebela contra la miseria de un mundo del que se ha tratado de extirpar el sentido de lo sagrado. Yo creo entonces que la literatura de estos jóvenes que encuentran en Kipling, en Lovecraft, en Borges nuestra tradición literaria, está contraatacando a este mundo de la muerte del alma, de los muertos vivos.

AC. Paralelamente con una concepción apocalíptica del mundo extraliterario se advierte cierto optimismo en  tu idea de la literatura, ¿Tú crees que la literatura pueda salvar al mundo?

JLO. Bueno, yo naturalmente que no soy optimista, soy partidario más bien de un realismo heroico en términos de Jünger o de un pesimismo trágico como decían Evola o Vasconcelos, pero yo creo que cuando en el mundo avanza el desierto, como decía Nietzsche, es en la literatura donde podemos encontrar el refugio de la plegaria, y que cuando las religiones en Occidente se han vaciado de contenido, la literatura puede ser la manera de religar con las esferas sutiles, con los poderes superiores, con las fuerzas de lo alto. Esta sería una aspiración apocalíptica en el sentido de revelación como de final de un ciclo.