—Ándale, ¿sí?
—Que no. Y ya sabes que no me gusta
discutir en la calle.
—Pues por eso: vamos a entrar y así ya
no estamos en la calle.
—No. No me presiones.
—Dijiste que cuando cumpliéramos seis
meses de andar.
—Pues sí, pero no me siento lista y a
fuerzas ni tú lo vas a disfrutar, ¿o sí?
—Por favor, muñequita... de veras que
ya no aguanto las ganas.
—Ayúdate tú solo. Vas a ver que te
relajas.
—Ayúdame tú.
—No. Con coacción, nada.
—Ya vinimos hasta aquí. Vamos a entrar.
Ándale, ven.
—No
me jales, güey. Nos está viendo la gente.
—Pues vamos.
—Está muy feo este hotel. Ha de tener
hasta pulgas.
—Todos los hoteles son iguales.
—En los que tú te has hospedado, tal
vez.
—Ay, sí. Tú puro cinco estrellas.
—Entiéndeme, amor. Quiero conservar un
recuerdo bonito de mi primera vez. Que se vaya dando solo, no así. Y que no sea
en un lugar tan pinche. ¿Viste esa pareja que salió? Es como hotel de huilas.
¿No sientes feo de llevar a tu novia a un lugar así?
—Bueno, vamos al que está por la
escuela.
—Cómo crees. Ahí cualquier conocido
puede vernos. ¿Y luego?
—¿Entonces, gordita?
—Gorda la más vieja de tu casa. Yo
estoy delgada. Pero eso no lo vas a ver hoy.
—Ya no aguanto, de veras. Siento que si
estornudo se me van a salir por la nariz.
—Ni
siquiera has de traer condones.
—Los
ando cargando desde hace tres meses.
—¿Y te
lo sabes poner?
—Vamos,
para que veas que sí.
—No. Ya
te dije: ayúdate tú solo.
—¿Cuándo
me vas a ayudar tú?
—No te
conformarías con eso.
—Por
ahora sí.
—Por
ahora.
—Bueno,
ni modo que te diga que para siempre.
—De
todas maneras no, güey. Ya te conozco. Vas a querer más.
—Te juro
que no. Nada más una manita. Ándale, ¿sí?
—No. Ya
te conozco.
—Llegamos
hasta donde tú quieras. De verdad.
—¡Ay, ya
no me confundas! No quiero. Y ya vámonos de aquí. Qué van a pensar, que estamos
discutiendo en la puerta de un hotel.
—¿Adónde
vamos, pues?
—Al
Starbucks. Quiero un chai latte.
—¡Al
Starbucks!
—¿Qué
tiene?
—Está
bien caro.
—¿Y con
qué dinero ibas a pagar el hotel, si se puede saber?
—El
dinero del hotel nunca me lo gasto. ¿Qué tal si el día en que por fin quieras
no tengo?
—No te
preocupes, no voy a querer pronto. Podemos ir al Starbucks.
—Ni
madres.
—Ándale,
Cochichi, ¿sí?
—No. Y
deja de inventarme apodos ridículos.
—Entonces
ya me voy a mi casa.
—No. No
te vayas.
—¿Vamos
al Starbucks?
—¿Vamos al hotel?
—Un volado.
—Juega. Avienta la moneda.
—Va.
—¡Águila!
—¡Sol!
—Cayó águila. Lo sabía.
—Te salvó la suerte. Vamos al
Starbucks, pues.
—Vamos, Cochichi.
—Oye, ¿a poco si hubieras perdido sí
ibas a ir conmigo al hotel?
—¡Dale con el hotel! Estás obsesionado
con eso. Me lo vuelves a mencionar y me voy a mi casa, ¿eh?
—Está bien.
—Pues apúrale, que todavía tengo que
llegar a hacer tarea.
6 comentarios:
Me encantó. Me arrancaste risas. Desayuné con tus letras.
Un abrazo fuerte y lluvioso.
Sayuri
:)
¡Me hiciste reír!Muy bueno.
Qué bueno, Paula. Abrazo.
PUBERTOS.
VI A LOS CHAMACOS, SALIENDO DE LA ESCUELA.
ME ARRANCÓ LA CARCAJADA.
Gracias, Jovita :)
Publicar un comentario