viernes, diciembre 11, 2020

Für Elise

 


Tenía once años cuando terminé la primaria. Como me gradué con honores y de “premio” me llevaron a la Ciudad de México a saludar al presidente, algunas personas notables se interesaron en mí. Una de ellas fue un prócer local que tenía un primo rico en la capital.  Este primo llamó por teléfono a mis padres, no a nuestra casa porque nosotros no teníamos una línea, sino a la tienda de al lado. Era para ofrecerme hospedaje en su casa a mi llegada a la Ciudad de México, sólo la primera noche porque ya luego la Secretaría de Educación Pública se encargaría de mí. En aquella época uno no desconfiaba de las personas.

         Así que me encontré, por primera vez en mi vida, en una casa rica. Todo me dejó boquiabierto: la escalera alfombrada con su barandal de madera, el piano de cola, el despacho lleno de libros, la enorme cocina donde una mucama en uniforme me hizo un sandwich delicioso. Y aún me faltaba lo más bello, que llegó después de la cena. Era la hija menor de los señores, una niña como de mi edad a quien llamaron para que tocara el piano. Bajó por la elegante escalera. Tenía el pelo largo, castaño claro, y un vestido de color pastel que ahora, viendo la escena en perspectiva, me doy cuenta de que no era un vestido sino un camisón para dormir. Y me sonrió y se presentó y enseguida se sentó al piano. Yo nunca había visto un piano de cola, mucho menos una niña capaz de tocarlo. Tocó Para Elisa.

         A mi edad he llegado a saber que Para Elisa es una pieza relativamente fácil, para estudiantes que empiezan. Pero en ese entonces me conmovió como la música más sublime en la ejecución más virtuosa del mundo.

         La niña no tocó más que eso. Y yo me fui a dormir ya sin poner atención a los lujos de la casa. Ni siquiera recuerdo cómo era la recámara que me dieron. Estaba en éxtasis por la música.

         Al día siguiente me despertaron temprano para llevarme en coche a la Secretaría de Educación Pública. Nunca volví a ver a aquella familia. Ni siquiera recuerdo el nombre de la niña. Han pasado más de cuarenta años y ya no queda nadie a quien preguntarle qué fue de esas personas. Pero cada vez que escucho Para Elisa, vuelvo a ver en mi mente los cabellos castaños, el “vestido” color pastel, los bellos ojos concentrados en el cuaderno de partituras. Quizá no eran bellos. No importa. Quizá la niña no tocaba bien y no siguió haciéndolo; se casó y se olvidó del piano. Tal vez aquélla no era una casa rica; sólo era diferente a las casas de mi pueblo. Nada de eso es asunto mío. La memoria es otra cosa. La memoria sabe decir mentiras que parecen verdad y eso es suficiente.

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