domingo, agosto 28, 2011

Cacería de brujas


Después de no publicar poesía desde 1995, tengo un nuevo libro. Se llama Cacería de brujas y se trata de una colección de piezas reunidas a la largo de los años, que en conjunto intentan formar un álbum de instantáneas de personajes femeninos urbanos. El libro ha aparecido bajo el sello de Bonobos,colección Oval,en una edición muy bonita y gracias al apoyo de Javier de la Mora y Santiago Matías. Presento aquí algunas de las piezas que lo componen.


Empleada bancaria

La sacerdotisa del dinero,
que en la baraja de la lujuria
está entre dos columnas de Wall Street,
sostiene en su fragante regazo
una esmeraldina cuenta de cheques.

Oficia todos los días,
de lunes a viernes
y de nueve de la mañana a tres de la tarde,
salvo días festivos.
El lunes, santo de las monedas de plata,
de la divina Onza Troy, virgen y mártir,
oficia con blazer blanco.
Sus hábitos se repiten cada semana,
según marca el santoral del dinero.

Como sacerdotisa que es
cuida bien los objetos del culto:
sus dientes reciben continuas abluciones
gracias a las cuales mantiene su sonrisa,
su expresión amable, dulce, descarada.

La sacerdotisa del dinero
tiene su templo cerca de mi casa,
un templo lleno de luz y de plantas
y de sacras computadoras.

Becerro de Oro,
Dios Acuñado,
ídolo de la ese y su vertical,
quién fuera tu feligrés
para morder ese pan de comunión,
degustar el vino que guarda
el cáliz numismático de tu sacerdotisa.


La ciega

La sombra, con sus uñas,
descascaró la realidad.
El mundo, de otro mundo,
como la piel de una muñeca
se desprendió.

Sólo eso que es verdad
siguió visible.
Pareciera que contempla algo y, tal vez,
con el alma, sí contempla.

En el cielo de sus ojos
el viento del deseo agita,
enturbia esas nubes suyas.


La dentista

Tiende su telaraña en ciertas accesorias,
en las ventanas altas de algunos edificios;
desde allí te acecha con su letrero azul y blanco,
su puerta cancel, su cédula profesional.

Con largas patas de metal, dentadas,
cubiertas de acerados vellos,
te atrapa en su silla: el centro de la telaraña.
Te inyecta su veneno
para que no puedas moverte.
Te paraliza, te somete.
Te dejas hacer todo,
incapaz de apartar la vista
de sus bellos ojos letales,
de sus pechos que se mecen sobre tu cuerpo
bajo la bata blanca,
irradiando hasta ti su aroma de láctea xylocaína.

La dentista conoce sus poderes.
Cuando por fin te deja libre,
se quita el tapabocas y sonríe;
sabe que no podrás dejar de verla,
ya no tienes cómo resistirte a sus encantos.

La cita
es para la próxima semana.


Una mujer convida a otra a su cama


Una mujer convida a otra a su cama.
Lo que hacen ellas es como la noche
que se encuentra con el agua:
azul sobre azul y azul en negro.
Entrañar esa carne que respira en luz
más allá del cuerpo.
Un abismo despeñado en otro:
sólo ellas han podido vislumbrarlo.

Su amor es quizá
demasiado día para las tinieblas del hombre.

Ahí estará, lejos,
como la casa que nunca habitaremos.

Hay amores así
como hay perfumes nocturnos
y las flores que los dan
mueren de día.


Niña muerta

Cuando una mujer muere niña,
antes que su corazón intuya al hombre,
las flores que iban a adornarla
se vuelven blancas
y si iban a ser blancas
se vuelven rojas.

Las lágrimas que tendría de mujer
se derraman en aromas.

Cuando una niña muere
antes de saber que era de carne,
el cadáver alumbra el cajón
como una roja flor de luz.
Porque ella no cayó nunca en la tierra,
no tuvo que ver con alas ni serpientes.

No salió nunca del Jardín.


La mamacita del barrio

Por la escalera de la vecindad viene bañada.
El aroma de sus cabellos húmedos
se mezcla en el aire con un olor de arroz frito
que sale de las ventanas,
se enreda con los perfumes de las macetas
que se alinean pegadas a los muros
en ambos lados del larguísimo patio.

La minifalda guiña el ojo
con cada escalón que baja.

Princesa rosa de algodón de azúcar,
sirena de los charcos de la cuadra,
iridiscente lamia de quinto patio y matiné dominical,
pantera de charol.

¿Qué le has hecho al boxeador,
que ya no gana ni en reyertas de cantina?

¿Qué le diste al as de los billares,
que en las noches llega borracho
y delirando con el aura rolliza de tus muslos?

Termina por fin de bajar la escalera.
Los tacones cantan por el pasillo.
Esas paredes viejas le dan escalofríos.
Alguien le chifla desde el fondo.
Antes de salir a la calle
se detiene en el zaguán, se echa en la boca un chicle
y le da un beso a su medalla.


Mujer adúltera

Cuando la sorprendieron
aún eruptaban sus labios hilos de semen.

Fue tanto el placer y tanta la dicha
que todavía, al recordarlo,
es capaz de sonreír,
sólo un instante antes de que otra piedra
lanzada con especial inquina,
le haga tragar sus propios dientes.