viernes, enero 04, 2013

Noticias del mundo sutil

“Lo sobrenatural es muy extenso”, dice Alethia Ventura en Supernaturalia. “Sin embargo, de su vastedad apenas se sabe un poco. A diferencia del mundo natural, cuya abundante biodiversidad aún nos sorprende con maravillosos hallazgos, el estudio del mundo sutil se dificulta enormemente debido a su naturaleza etérea, totalmente esquiva a los métodos de comprobación científica”.

    Ciertamente, llama la atención el hecho de que en México, donde las culturas ancestrales dan tanta importancia a lo sobrenatural, esto casi no se haya estudiado. Hubo una época, recién “descubierto” el continente americano, cuando todo era tan nuevo que la categoría “sobrenatural” resultaba irrelevante. Para Europa todo lo americano era, literalmente, maravilloso. Había que describirlo y de eso se hicieron cargo cronistas, naturalistas y viajeros curiosos.  Juan Rodríguez El Viejo, Sebastián de Macarro y, más tarde, Francisco Javier Clavijero, por ejemplo, dan cuenta de avistamientos de misteriosos jabalíes que tenían el ombligo en el lomo. Y Francisco Hernández, en su Historia natural de la Nueva España, se deja seducir por un monstruo que inspirará, desde esa época hasta el siglo XX y tal vez después, algunas de las más perturbadoras fantasías literarias: el Ambystoma axolotl. Sí, hubo una época en que la inteligencia estaba abierta a la maravilla y, si esta época hubiera durado un poco más, tendríamos un corpus respetable de tratados, monografías y documentos de todo tipo que hablaran de aluxes y chaneques y tlahuelpuchis, y hasta se incluiría en los programas de la SEP la materia de Ciencias sobrenaturales.


    Infortunadamente, dos cosas se unieron para mutilar nuestra visión del mundo. La primera: el avance del racionalismo y el positivismo, según los cuales lo incompresible se convirtió en lo irreal. Y segundo: el triunfo ideológico del racismo novohispano y luego mexicano, que condenó las culturas ancestrales al terreno de “las supersticiones de los indios”.


    Ante este estado de cosas, sólo una obra monumental, un contundente golpe de audacia intelectual, habría podido enderezar lo torcido. Este formidable acontecimiento es  la aparición de Supernaturalia, de Norma Muñoz-Ledo: una obra que ha devuelto a la ciencia su carácter de fábula, y a la fábula su carácter de ciencia. Será que para Norma Muñoz-Ledo, como para Palinuro, el de Fernando del Paso, la ciencia no es ciencia sino arte, medida de las cosas, cosmovisión.
 

    Desde los tiempos de la Nueva España, cuando la cultura europea se hallaba apenas en el proceso de perder la inocencia, y América era un mundo que seguía descubriéndose día tras día, a cada paso que el conquistador daba a través del continente amanecido, hasta los días quizá demasiado cercanos del furor positivista, la búsqueda de una percepción verdadera de las cosas ha sido una invocación a lo fantástico, a la fábula, a la superstición. En las tierras milagrosas de las Indias Occidentales, el pensamiento científico no ha sido sino una manera distinta de hacer mitologías, de fabular. Supernaturalia invierte así la presunción de Alejo Carpentier: para el indiano que diariamente convive con fantasmas y espíritus ancestrales, con deidades guardianas de cada uno de los seres que pueblan la naturaleza, con muertos ambulantes y hálitos de desgracia que flotan invisibles en el aire, lo real maravilloso es la superstición racionalista de los europeos. Se trata de una diferencia de gestalt.

    Esta vocación científica de Supernaturalia se hace evidente en varios aspectos. Más que como un bestiario medieval, Norma Muñoz-Ledo escribió su libro siguiendo la estructura moderna de los manuales de zoología o botánica; es decir, con un formato científico propio de la más pura tradición positivista: descripción de la especie y sus subespecies, hábitat, características físicas y psicológicas, grado de peligrosidad, índice de territorialidad, etc. A esta ficha le sigue lo que es la esencia del libro: las historias, los testimonios, el entramado literario, tan fino, tan rico en matices, que la autora va tejiendo.
 

    Así desfilan ante nosotros La Llorona, Tonantzin y Metstli, la Xtabay, Nuuk, la vieja Chichima, el señor Escolopendra, duendes, aluxes y chaneques, tzitzimimes, xocoyoles, encueraditos, chamaquitos, enanos y gigantes, el bebé con dientes de fiera, la mujer serpiente, brujas y sirenas, nahuales y tlahuelpuchis, y luego fantasmas y mensajeros de la muerte, lugares encantados que son puertas dimensionales o guardan tesoros o gente que vive fuera del tiempo (a veces ciudades enteras, pueblos, iglesias, cuevas, parajes, árboles)... y hay animales sobrenaturales que se parecen a sus primos del mundo natural: burros y caballos, aves de corral, perros, el ratón de los dientes, sapos, serpientes, tecolotes, el chupacabras... en su afán enciclopédico, la autora incluye objetos aparentemente inanimados: árboles, el arcoiris, la calabaza gigante, campanas encantadas, canastas de buena suerte, piedras, sogas, varitas mágicas... y termina reviviendo uno de los temores más antiguos de la humanidad: el de las enfermedades sobrenaturales.

    “Dicen que México es el quinto país con mayor riqueza en su biodiversidad”, dice, otra vez, Alethia Ventura. “Me pregunto si, quienes afirman eso, tendrán en cuenta a la infinita variedad de vida sobrenatural que comparte el territorio con nosotros”.
 

    Con Supernaturalia, Norma Muñoz-Ledo pasa a formar parte de esos autores que, escribiendo originalmente para niños, han logrado producir una obra sin edad. La suya es, en efecto, una obra monumental cuya lectura es indispensable para todo el que quiera saber algo del mundo más allá del funcionamiento normal de nuestros atrofiados sentidos.