Es un lugar secreto, de cuya existencia no sabe ni siquiera la gente que
vive cerca. El gobierno no quiere revelarlo porque sus científicos no han
podido obtener información satisfactoria. Los refugiados no hablan ningún
idioma conocido, así que no se sabe cómo se llaman ni de dónde proceden ni
adónde intentaban ir.
Los encontraron en
diferentes lugares. Uno apareció flotando en el río, casi muerto. Otro cruzó la
frontera en el tren, sin llevar consigo ni pasaporte ni identificación alguna
ni teléfono celular: nada que ayudara a rastrearlo. A una de las mujeres la
hallaron caminando por la orilla de la carretera. La mayoría fueron detenidos
en alguna ciudad: vagabundos sin casa. Sus huellas digitales no aparecen en los
bancos de datos. Su adn es
indescifrable. Pero todos son jóvenes y todos muestran marcas misteriosas en
alguna parte del cuerpo.
Mientras se logra saber
más de ellos, el gobierno los tiene ahí, en ese campamento secreto que desde
lejos parece una base militar. Hay cercas de alambres de púas, perros, guardias
armados.
Los refugiados viven en
tiendas de campaña individuales; tienen un baño para todos, una red de
voleibol, un comedor, aunque no hay horario para las comidas. Pueden ir a la
hora que quieran. Nunca hablan, ni siquiera entre sí. No parecen interesados en
nada ni tienen miedo de nada. A veces sonríen solos, sin motivo aparente. Y a
veces se ponen a trazar signos en la arena del campamento. Quién sabe qué
significan: son signos misteriosos como los que tienen en su cuerpo.
El gobierno no sabe nada
de ellos, pero los libros ancestrales los mencionan. Hablan incluso de sus marcas,
aunque no dicen qué significan. Los llaman “Los Mensajeros”.
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