La mosca no nos trae noticias de los dioses, como las
aves, no es industriosa como las abejas ni bella como las libélulas ni sirve
para metáfora de autosuperación como las mariposas. Tampoco la envuelve el
glamour noir de las arañas capulinas.
Bueno, ni siquiera tiene el oscuro halo bíblico de las langostas. Es sólo
molesta y —dicen— sucia. Aunque hay quesos muy apreciados que se fermentan con
larvas de mosca. Y sus huevecillos sirven en medicina forense para dictaminar
cuánto tiempo lleva un cadáver de ser cadáver. Me temo que no se le conocen
otras gracias. Aparece al inicio de un cuento de hadas, pero el héroe no es
ella, es un sastre. Y hay una obra de teatro de un autor existencialista y una
novela de un premio Nobel que prometen en su título hablar de la mosca, pero,
oh decepción: jamás lo hacen. Fuera de eso, es verdad, está presente en poemas,
cuentos, fábulas y minificciones memorables, pero nunca se le presenta como la
beldad que ella quisiera ser. Para la mayoría de las personas, la mosca es
impertinente, a juzgar por la expresión popular “hacer mosca”; es gorrona, por
aquello de “viajar de mosca”. También la relacionan con problemas y
aflicciones: “¿Qué mosca te picó?”. Tal vez por eso está tan sola. Sólo
Belzebú, un dios ya casi olvidado, quiso convertir a la mosca en su protegida.
#AgustínCadena
#AgustínCadena
2 comentarios:
Leyéndolo y compartiéndolo, maestro. Aquí el enlace:
https://m.youtube.com/watch?v=QE9bllNOxUY
¡Gracias!
Publicar un comentario