lunes, diciembre 11, 2006

Esperanza

Si viene ella, abuelo,
y dice que no pudo antes,
dile que ya no importa.
De todos modos yo no iba a salir.

Si acaso viniera todavía
y te pide perdón
por turbar así el sueño de los muertos,
dile que está bien.

Hazla pasar a la sala,
que se tome un café,
y toque con sus dedos
este sudario de sombra
que fue tejiendo su ausencia.

Siéntate con ella, conversa un poco;
cuéntale cómo fuimos enterrados
hace treinta años,
un mediodía sin lluvia.
Tú por viejo, abuelo,
porque ya habías tenido suficiente,
y yo porque no me sirvió para atraerla
esta momia de corazón
que llevo aún atorada en los ijares.

No te costará reconocerla,
si es que todavía viene:
está viva, fíjate en eso, abuelo,
tiene calor en el cuerpo,
en la voz, en la mano con que saluda;
la sangre da color a sus mejillas
y sus labios guardan humedad reciente.

Si viene y llama a la puerta
y tú sales a abrirle,
mejor no le cuentes nada de mí.
Sólo ofrécele un café,
dile que la amo y la extrañé
y que cada mañana sin ella
fue el punto cero de un largo y lento morir.

Acuérdate de eso, abuelo,
por si todavía, aunque no lo creo,
viniera ella.