Empecé a escribir creativamente cuando me aprendí el abecedario y mi mamá me regaló la libreta Scribe más bonita de la papelería. Pero empecé a escribir en serio, tratando de hilar una secuencia con otra y de llevarlas a un desenlace, cuando tenía diez años.
Fue gracias a una vecina de la misma edad que yo, que se llamaba Eugenia.
Teníamos una tienda de abarrotes y yo pasaba ahí muchas horas al día. Ahí hacía mi tarea. Y ahí llegaba ella a visitarme. Había en la entrada una banquita de madera. Cuando Eugenia llegaba, yo salía de atrás del mostrador y los dos nos sentábamos a contar historias en la banquita. Bueno, parece que en realidad era yo quien las contaba.
La cosa estaba así. Eugenia no iba a la escuela. No quisieron recibirla porque, decían, “estaba enferma”. No aprendía igual que los demás niños, no recordaba, no hacía generalizaciones. Pero los pocos días en que pudo ir a clases bastaron para sembrar en ella el entusiasmo por las libretas y los lápices y por esas artes mágicas en virtud de las cuales trazar líneas en una hoja de papel era hacer “retratos de palabras”. Así lo decía ella y yo, hasta ahora, no he encontrado una mejor definición de lo que es la escritura.
Así que Eugenia tenía una afición apasionada. Tomaba un cuaderno de cuadrícula y se ponía a “pintar” una equis en cada cuadrito. Comenzaba en la primera página y no descansaba hasta ver la libreta llena de equis. Esto podía llevarle una sola tarde o una semana entera, según sus ganas de escribir. No importaba. Sus padres le compraban los cuadernos por docenas, al cabo era el único juguete que la niña pedía.
Y bueno, en cuanto terminaba de dibujar la equis en el último cuadrito de la última página de su cuaderno, se iba corriendo a la tienda. Me llevaba su libreta para que yo le leyera el cuento que había escrito. Yo ya sabía qué iba a encontrar, pero leía esos cientos de equis como si fueran frases concatenadas. Y empezaba realmente a salir una historia. Yo iba inventándola o eso pensaba en esa época. Ahora pienso que tal vez nunca inventé nada y esos cuentos estaban de verdad ahí, escritos en un alfabeto de una sola letra que de alguna manera yo tenía el don de descifrar.
Eugenia me miraba embelesada mientras me oía leerle su propia historia. Nunca se llevaba el cuaderno de regreso. Me los dejaba todos ahí para que yo se los guardara. Mi papá había puesto un anaquel en la trastienda que ya contenía varias docenas de volúmenes de las obras de mi amiga. Y ella, quién sabe cómo, sabía cuál era cuál. Cuando alguna de las historias le gustaba mucho, me pedía que volviéramos a leerla. Y de entre todos esos volúmenes que a mis padres y a mí nos parecían iguales, sacaba uno: el cuento del hombre con cabeza de caballo o el de los piratas enamorados o el del niño al que una bruja salvaba de ahogarse.
¿Y yo? Yo esperaba a que ella se fuera y entonces me ponía a escribir de memoria lo que acababa de leerle. No lo hacía con todos los cuentos, sólo con los que me gustaban y éstos, al final, fueron muy pocos. Pero ahí empecé a cultivar el oficio de contar historias.
Un día, los padres de Eugenia decidieron mudarse a la ciudad de México, donde al parecer ella podría ir a una escuela especial. Me la quitaron. Me quitaron a Eugenia. No volví a saber de ella.
Conservé sus cuadernos hasta que la imprudencia de una empleada provocó un incendio en la tienda. El papel fue lo primero que ardió.
Ahora, cuando llega a darme eso que los escritores hipsters llaman “creative block”, tomo un cuaderno cuadriculado y me pongo a llenar de equis los cuadritos. Oigo la voz de Eugenia diciéndome que son retratos de palabras. Y la historia que estaba atorada vuelve a fluir.
14 comentarios:
Me encanta la magia con que transmites esa estrella personal de Eugenia, que te dio cuadrículas-retratos para llenarlos de palabras.Saludos, Agustín.Paula
Gracias, querida Paula. Atesoro tus palabras. Abrazo.
La enorme ternura de este texto lo hace inolvidable. Siempre recordaré a los pequeños Eugenia y Agustin. Qué regalo! Gracias 😊
¡Gracias, María Esther! :)
Es un historia magnífica, la escritura es como una herida y cada quien le inventa sus remiendos. Esas X me han puesto a pensar. Llegué hasta aquí buscando información sobre usted. Quiero hacer una reseña, tengo un canal. Le envío el enlace y una pregunta que me asaltó cuando leí La casa de los tres perros, ¿el lugar no existe? ¿Cuál fue la idea primera para este libro? Porque habla de planos, de guijas, de espejos...Pareciera que las leyendas de la ciudad hallaron techo en esa vecindad. Ya fueron dos preguntas, pero serán muy útiles para redondear mi interpretación. Mil gracias y seguiré pendiente de este blog.
El enlace a mi canal es este. Esperaré sus respuestas.
Muchas gracias. No recibí el enlace. ¿Por qué no me lo manda por Facebook? Creo que funciona mejor. Estoy como Agustín Cadena. La vecinda de los Tres Perros no existe en ningún lugar físico, que yo sepa. Respecto a la primera idea del libro, se trataba de escribir una historia de fantasmas. Es algo que quería hacer desde hace muchos años.
Mire, Retahila, esto podría servirle: https://www.facebook.com/notes/agust%C3%ADn-cadena/la-casa-de-los-tres-perros/1956585947888167/
Gracias Agustín. Una vez mas nos levas a ese mundo mágico de inocencia y verdad. Tu relato es una fotografía de una encantadora niña y un niño fabulosamente creativo. Me pareció estar ahí. ..observándolos. ...
Verónica Gordillo
Gracias, querida Verónica.
Gracias por leerlo.
Los amé. A Eugenia y al cuentista de x.
Gracias, querida Amélie <3
Al leerlo me hizo recordar a mi tia Eugenia, para la familia "la güera". Tambien tenia discapacidad intelectual, la dejaron asistir a k escuela solo hasta 1 o 2 de primaria, pero fue suficiente para que llebara libretas con series de la "a" a la "u". Me imagino que enseñaban manuscrita en esos tiempos porque ella asi escribia. Todos los sobrinos donabamos las libretas que no terminabamos a final del año escolar , asi como los lapices en buen estado. Ella sufria de epilepsia, un dia se puso mal y la internaron, no se quien dio la orden de no darle los medicamentos y cuando regreso a casa ya no fue la misma, tampoco sus letras.
Gracias por hacerme recordar a mi Eugenia al leer sobre la suya.
Gracias, Berenice.
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