Ahí está, como
muchos otros días, parada en medio de la calle peatonal. Supongo que vive en
algún departamento de uno de esos ruinosos edificios del centro histórico.
Me es difícil calcularle la edad. Será
entre 70 y 80 años.
La primera vez que me habló, pensé que
iba a pedirme dinero. Pero no tenía el aspecto de alguien que necesita limosna
para vivir. En su cara no había ni hambre ni malicia. Había desconcierto,
asombro, una angustia sedimentada, asumida. Me pidió perdón por molestarme.
Sólo quería saber —me dijo— si era de mañana o de tarde. “Son las seis treinta
de la tarde”, le respondí.
Después de eso, la he visto otras
veces, en la misma situación: esperando a que algún transeúnte se detenga y le
diga si es de mañana o de tarde. Pero no he visto que nadie lo haga. ¿Será que
sólo yo puedo verla? Me da miedo que un día me diga: “Perdone usted, sólo
quería saber si ya estamos en 1914 o todavía es 1913".
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