Uno de los títulos que me han
parecido más conmovedores de la colección de literatura infantil A la orilla del viento, del Fondo de
Cultura Económica, es El ladrón, de Jean Needle, escritor nacido en Inglaterra en 1943,
autor de más de veinte libros para niños, así como de novelas y guiones de
televisión para niños y adultos. En El
ladrón combina el descarnado naturalismo de Amicis con el implacable
análisis social de Dickens. Con este compatriota suyo tiene varios puntos de
contacto. En La pequeña Dorrit,
Dickens articula un andamiaje metafórico que retrata a toda su sociedad en
términos de una sola imagen: la cárcel. Después de leer El ladrón nos quedamos con una impresión semejante: todos estamos
incomunicados en celdas oscuras de las que no puede salir nada, por más que el
espíritu se impulse hacia el contacto con otras celdas. Incomprensión, soledad,
un incurable frío interior son los tonos que Needle ha puesto en su paleta y
con los cuales se van formando las imágenes de El ladrón. Se trata de un mundo gris, donde los niños buscan
refugio en las cuevas o en la intimidad del excusado.
El asunto de la novela es sencillo. Kevin Pelham, un niño
extraño, solitario, introspectivo, hasta tonto a los ojos de sus profesores, se
convierte en sospechoso de un robo efectuado en su escuela. Cinco libras. Kevin
es hijo de un hombre encarcelado por robo y esto pesa todo el tiempo en la
historia, como una culpa heredada. Junto con dos amigos suyos, un niño y una niña,
Kevin se ve involucrado en un robo de piezas de automóvil. Vende un radio
robado para comprarle a su madre un regalo de cumpleaños. A lo largo de todo
esto, el autor va introduciéndonos en una atmósfera opresiva, donde los
personajes son seres que se mueven de un sitio a otro en medio de la desilusión
y la mediocridad: “La vida no es justa, Kev. ¿Por qué había de serlo? Nadie te
debe nada; no lo olvides. La vida no es justa.” Todo en El ladrón tiene este matiz; todo es nublado y melancólico. Hay, por
ejemplo, un programa en la radio local donde las esposas o los hijos de los
presidiarios pueden enviarles mensajes y dedicarles canciones. El programa se
llama El amor puede ser muy solitario.
Soledad, rabia, injusticia, acoso, amargura son realidades
inmediatas para Kevin. No hay salida, no hay final feliz en esta historia. En
algún momento, el autor dice acerca de Kevin: “con los dedos formó una pistola
y se dio un tiro en la sien”. No es un chiste.
El ladrón es sin
duda un gran libro para los grandes lectores infantiles, una excelente
introducción a la literatura de la condición humana. Bien se puede empezar
leyendo a Needle y luego, ya en la adolescencia, seguir con Dostoyevsky, Kafka,
Sartre, Céline...
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