Trazando un mapa de la obra de José
Revueltas, se notarán grandes continentes temáticos: la enajenación del hombre
en el sistema capitalista, la lucha militante y sus peligros (tanto operativos
como ideológicos), la condición humana en su dimensión metafísica, la condición
mexicana y sus metáforas... se advierten también, en este mapa, amplias zonas
atmosféricas: la fábrica, el barrio proletario, la provincia depauperizada, la
cárcel, las miserables viviendas y vecindades donde son más visibles las
contradicciones del ser enajenado... y una colección de personajes favoritos,
muchas veces esperpénticos: el enfermo, el deforme, el sádico, el derrotado
desde siempre, el militante, el padrote, la prostituta, el niño...
El
niño, en la obra de José Revueltas, es un ser en fuga, una víctima ciega y
colocada tan al margen de su propio destino que ni siquiera le es permitido ese
heroísmo de resistencia o de desprendimiento que Revueltas reserva para sus
personajes adultos.
Así tenemos a Eulalio,
el hijo de La Chunca, en “Dormir en tierra”. Ni siquiera tiene conciencia de su
papel protagónico en las vidas de los otros personajes. Es como el refilón de
la miseria de todos, un golpe de rebote de la sordidez del mundo. Y sin
embargo, en virtud de esta misma marginalidad, es anterior a ellos: “El niño
permanecía inmóvil, ahí estaba en el muelle desde hacía muchos años, desde
antes de nacer, desde antes de ser un hijo de puta” (Revueltas 9, 114).
Ni
siquiera parece ganar nada con salvarse. Sobrevive, pero se trata de una
sobrevivencia que sólo se explica por el dolor de otro, por la soledad y la
desesperanza de otro, y que por la misma razón no parece ser portadora sino de
dolor, soledad y desesperanza. En este sentido, Eulalio es un antihéroe.
Lo
mismo sucede con los otros personajes infantiles de Revueltas. Cristóbal, de “El
quebranto”, llega al reformatorio no para endurecerse y luchar con más fuerzas,
sino para descubrir de una vez por todas que se encuentra irremediablemente
solo:
Por la puerta estrecha
pintada de blanco sucio, inclinando un poco la cabeza y con el alma llena de
congoja, desapareció Cristóbal. Su chaqueta desteñida desapareció en un fugaz
instante, como un ave desplegada sobre el negro definitivo y terrible de la cárcel
(Revueltas 8, 71).
Los ejemplos se multiplican. Ahí están el niño
huérfano de padre, de “Una mujer en la tierra”, cuyo rostro, al ser “el mismo
rostro del amado”, y pesar de ser también la cifra de todo eso que puede
justificar el sacrificio, se revela como el presagio de una nueva caída, de
otra caída del cielo hacia la tierra. Y el bebé de “Preferencias” —“el
angelito”—, que muere de miseria pero ante todo de soledad, porque no había
nadie para cuidarlo: un niño “tan feo, tan humillado, tan pobre, un niño sin
sonrisas, sin amparo, que había vivido siempre en la miseria” (Revueltas 1944,
102). Y luego el de “El hijo tonto”: un niño de cabeza rapada y piernas
temblequeantes, de ojos cegatones, “tan tonto, tan inútil, el pobrecito”...
Con las niñas sucede algo semejante, en algún
sentido más atroz, por el contraste de otro tipo que se establece. Por lo
sexual. Hay, desde luego, una idea de virtud —el terrible culto mexicano de la
virtud—, pero es esta misma cualidad lo que hace a las niñas de Revueltas más
victimizadas o más perversas o más crueles. Si en la novela decimonónica, en
general, perderla lleva a la muerte, en la narrativa de José Revueltas vemos
que la virtud, como lo sostenía San Jerónimo, es en sí misma ocasión de pecado
y motivo de condenación; no es necesario apartarse de ella, basta con haberla
recibido de Dios. Es un don que trae la muerte. Así, en “La hermana enemiga”,
la protagonista es torturada moralmente por un sacerdote que le toca los
pechos, y el ser víctima la hace sentir aún más culpable.
A
otro tipo pertenece Alicia, la de “La palabra sagrada”. Para ella la virtud y
su pérdida no son sino episodios en una misma historia de egoísmo, manipulación
y mentira. A su modo, Alicia se encuentra tan enajenada, tan prisionera del
movimiento centrífugo de su propia realidad, como la niña inocente de “La
hermana enemiga”.
Parece
que la infancia femenina, en José Revueltas, está presentada con los mismos
claroscuros del realismo decimonónico. Únicamente son como el negativo fotográfico
de las otras. Por eso a algunas parece necesario sacrificarlas ritualmente,
ofrecerlas como una expiación bárbara, como se hace con la pequeña Bandera de Los
días terrenales, o con Chonita, la de El luto humano, o con la misma
víctima de “La hermana enemiga”. Resulta interesante observar el aspecto
ritual que estos hechos aparentemente crueles presentan en Revueltas y habría
que rastrearlo a nuestras antiguas tradiciones prehispánicas.
José
Revueltas tenía acceso directo a una antigua y poderosa tradición sacrificial,
que incluía entre sus ofrendas niñas púberes e impúberes y que, por increíble
que parezca, estaba aún viva en los años de El luto humano y Los días
terrenales. Entre los nahuas, de todas las posibles víctimas sacrificiales,
los niños son los predilectos para los dioses de la lluvia (Nájera 1987, 128).
Cuando se quiere pedir agua o que el agua se retire, se ofrece un niño o una
niña. Y la fe indígena es tan profunda que los creyentes, como el patriarca
Abraham, se hallan dispuestos a ofrecer a sus hijos o sobrinos. Esto continúa
tan vivo entre nosotros que el último sacrificio celebrado por motivos
religiosos tuvo lugar en el año de 1967, en la localidad de Nepisté, “debido a
una intensa sequía” (Nájera 1987, 223).
Estos
tratan de facilitar la comprensión del papel que juega la infancia en la obra
de José Revueltas. Indudablemente hay una idea determinista, en el sentido de
que las contradicciones del sistema pueden determinar la vida de los seres
humanos desde su infancia, condenándolos ya a ser destruidos, ya a convertirse
en un engrane más de la maquinaria destructiva, como Mario Cobián, el niño malo
de Los errores, que se entretenía disparando con una pistola a los
tinacos de agua de las azoteas vecinas, sólo para ver cómo el agua salía a
chorros, a presión, como si los tinacos estuvieran orinando.
Dice
Revueltas, al final del relato “Preferencias”: “Es cuestión únicamente de
guardar un gran silencio, un silencio que no tenga límites. Entonces se puede
escuchar el llanto de un niño cualquiera, de un niño sin nombre. Porque siempre
hay un niño que está llorando sobre la tierra”. (Revueltas 1944, 88)
Bibliografia
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Revueltas, una literatura del “lado moridor”. México, Ediciones Era.
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Editorial Tierra Adentro, Núm. 9).
Revueltas, José. Obras
completas (numeradas según la edición de Editorial Era, México).
1. Los muros de
agua. 1941.
2. El luto humano.
1943.
3. Los días
terrenales. 1949.
4. En algún valle
de lágrimas. 1956.
5. Los motivos de
Caín. 1957.
6. Los errores.
1964.
7. El apando.
1969.
8. Dios en la
tierra. 1944
9. Dormir en
tierra. 1960.
10. Material de
los sueños. 1974.
11. Las cenizas.
1981.
12. Escritos políticos
1. 1984.
13. Escritos políticos
2. 1984.
14. Escritos políticos
3.1984.
15. México 68:
juventud y revolución. 1978.
16. México: una
democracia bárbara. 1983.
17. Ensayo sobre
un proletariado sin cabeza. 1980.
18. Cuestionamientos
e intenciones. 1978.
19. Ensayo sobre México.
1985.
20. Dialéctica de
la conciencia. 1982.
21. El cuadrante
de la soledad. 1984.
22. El
conocimiento cinematográfico y sus problemas. 1981.
23. Tierra y
libertad. Guión cinematográfico. 1981.
24. Visión del
Paricutín (y otras crónicas y reseñas. 1983.
25. Las
evocaciones requeridas I. 1987.
26. Las
evocaciones requeridas II. 1987.
Ruiz Abreu, Alvaro. 1992. José
Revueltas. Los muros de la utopía. México, Cal y Arena, uam-x, 420 pp.
Sánchez Vázquez,
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Slick, Sam L. 1983. José
Revueltas. Boston, Twayne Publishers.
Torres, Vicente Francisco.
1985. Visión global de la obra literaria de José Revueltas. México, unam.
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