lunes, septiembre 12, 2016

Deseos secretos



A Viki, que me contó esta historia

H es un pueblo pequeño, pero muy antiguo, tan antiguo que aparece mencionado en los libros de historia porque ahí se libró una sangrienta batalla en el siglo xiv. Pero la edad no se le ve mucho porque la mayoría de sus construcciones son recientes. A las otras se las acabaron el tiempo, la falta de recursos para mantenerlas, el deseo de modernidad... lo más viejo que queda (y no es tan viejo) es la iglesia presbiteriana, que está en perpetua reparación. También hay una iglesia luterana, una católica, una ortodoxa y una sinagoga. Demasiadas opciones para tan pocos habitantes porque, de estos pocos, no todos practican alguna religión. A los jóvenes ya casi no les interesa. Y luego viene el Islam... aunque quién sabe, ¿a qué musulmán le interesaría establecerse ahí? Todo esto lo dice D, el pastor de la iglesia presbiteriana, la que nunca termina de repararse.
         D es un buen hombre: trata de vivir de acuerdo con lo que predica. Tiene 50 y tantos años y está solo: su esposa murió y sus hijos se fueron a vivir a otros países. No ha vuelto a casarse, dice él que porque no tiene tiempo. La verdad es que trabaja mucho. No sólo es ocuparse de la iglesia. Un pastor tiene que ayudar a su congregación en todo: hablar con los esposos que se han distanciado, estar pendiente de los chicos, visitar a los enfermos y hasta ayudar a algún campesino con una vaca parturienta.
         Pero D tiene un secreto muy secreto. Y es que secretamente desea que hubiera más defunciones en su congregación. No se piense mal de él. Lo que pasa es que la crisis económica ha golpeado duro por aquí. Y el sueldo de D está por debajo del mínimo. Claro, no paga renta ni servicios, pero aun así, ¿cómo sobrevive un hombre con ese dinero? D se acompleta con lo que le pagan los deudos por un servicio fúnebre, que es como lo de un mes de sueldo, a veces más, a veces menos: según el sapo es la pedrada. Sólo eso tiene extra: servicios fúnebres. Bautizos y bodas no se pagan, como acostumbran los católicos, porque eso se hace en la iglesia durante los servicios dominicales. Sólo la muerte causa honorarios porque la muy canalla llega a la hora que le da la gana. Qué bueno. Si no, la gente programaría sus decesos para los domingos y nadie gastaría un clavo.
         Por eso D, secretamente, se regocija cuando alguien del rebaño va al encuentro con su Creador. A largo plazo eso también es para preocuparse: cuanto más pequeña es la congregación, menos es el dinero que se paga al pastor. Pero bueno, eso a él ya no le tocará —piensa—. Ha oído que los musulmanes vienen en masa; pronto estarán en todas partes quemando iglesias y levantando mezquitas en su lugar. D no cree vivir para verlo: que se preocupe de ello su sucesor.
         Bueno, honestamente, D tiene un secreto más: le dan celos cuando oye doblar las campanas de la iglesia católica. O de cualquiera de las otras. No es que le desee la muerte a nadie, por supuesto, pero si de todas maneras alguien del pueblo tiene que felpar, ¿por qué no puede ser uno de su iglesia?