Había
descubierto que mi tío me espiaba. Cuando ya todos supuestamente se habían
retirado y yo me quedaba sola en la sala haciendo mi cama en el sofá, el puerco
viejo salía silenciosamente, dizque al baño, y se quedaba en lo alto de la
escalera, en cuclillas, esperando el momento en que yo me quitara la ropa. Todo
estaba a oscuras, pero aún así entraba algo de claridad por las ventanas y era
posible distinguir las formas. Si no, ¿cómo es que me di cuenta? Tenía ganas de
contarles todo a mis padres y pedirles que me sacaran de esa casa y me mandaran
al dormitorio de estudiantes, con Sara y las otras muchachas. Pero conocía a mi
papá: no se contentaría con eso. Iría a partirle la cara a mi tío y quien más
sufriría iba a ser mi santa madre. Mejor no. Mejor tendría más cuidado en
adelante: me pondría la pijama bajo las mantas.
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