jueves, marzo 21, 2019

La tarea



No soy lo que se dice super aventada, pero tampoco me hago menos. Cuando era niña, mis primos y algunas compañeras de la escuela trataban de intimidarme y nunca lo lograron. Tampoco me intimidan los vagos de la calle. Lo que sí me hizo sentir deseos de desaparecer fue lo que me pasó el otro día en La Casa de los Tres Perros.
         Fui porque tenía que hacer un reportaje para la clase de “Introducción a las Ciencias de la Comunicación”. El tema era libre y se me ocurrió escribir sobre las historias de ese edificio embrujado. Ya me habían dicho que no tenía caso entrevistar a los habitantes porque iban a decir que nunca habían visto nada. Lo único posible era buscar notas sobre el tema en periódicos viejos y comentarlos con base en mi propia observación de campo.
         Coincidió con que en esos días habían puesto un anuncio para vender el inmueble. Y se me ocurrió que la mejor manera de propiciarme una actitud cooperativa por parte de esa gente sería hacerme pasar por compradora. Claro, mi edad podía hacer el asunto poco verosímil, pero ya inventaría alguna historia, como que mi papá no podía ir o algo así. Llamé por teléfono e hice la cita.
         El día acordado me puse mi ropa más conservadora. La señora de la pastelería iba a ser quien me mostrara el edificio y eso me preocupó un poco: no quería que me reconociera como “la chica que viene a comprarle tartelettes de fresa a su primita”. Por un momento se me ocurrió pedirle a Sara que me acompañara, pero luego pensé que me vería más seria y más adulta yendo sola. Me recogí el pelo en un chongo de abuelita, me puse tantito blush y me llevé una carpeta con papeles para verme más de negocios. Me llevé también mi memoria USB aprovechando que la fotocopiadora me quedaba de camino. Es que yo no tengo impresora y necesitaba imprimir un artículo. Nada importante. Sólo soy hipocondriaca; en aquella época, siempre tenía miedo de contagiarme de alguna enfermedad asquerosa en los baños públicos y, como había oído de casos así, me puse a investigar en internet. De eso era el artículo.

         —Yo te conozco, ¿verdad? —fue lo primero que me dijo la señora de la pastelería cuando llegué.
         Me quedé callada, pero ella insistió:
         —¿No eres la chica que luego viene con un vago que parece drogadicto?
         —No, señora. Yo no ando con vagos. He venido a comprar pan, pero ha sido con mi prima de nueve años.
         —¿No te llamas...?
         —Me llamo Rocío, como le dije por teléfono.
         Se me quedó viendo como no muy convencida y, finalmente, me llevó a ver el edificio. Salimos de la pastelería y entramos por el zaguán. La verdad, fue un poco decepcionante. Yo me esperaba una casa embrujada en toda regla, con piedras cubiertas de lama y arcos góticos o algo así, y sólo era un edificio viejo como hay miles. En el patio se sentía un aire muy melancólico, eso sí, pero nada más. Ahí cometí mi primer error: en lugar de ponerme a observar el estado de la construcción, como lo habría hecho un comprador verdadero, me quedé viendo una higuera. Según las crónicas, de una rama de ese árbol se colgó una flapper en los años 20 y su fantasma todavía ronda la casa.
         Ya íbamos a los departamentos de arriba cuando cometí mi segundo error y el más grande: por estar baboseando, solté mi carpeta y todos los papeles se regaron. La señora se puso a ayudarme y entonces vio el artículo que había yo impreso en el camino: “Infecciones vaginales: tipos, prevención y tratamiento”.
         “En la madre”, pensé. Ahora sí va a decir “vaga, drogadicta y encima puta”. Sentí que se me caía la cara de vergüenza. Con lo juzgona y moralina que se veía esa señora. Ya ni siquiera pude concentrarme en ver el edificio ni en el tema de mi tarea. Y la señora debió de darse cuenta porque ya sólo me enseñó el principio de las escaleras y se dio prisa por deshacerse de mí.
         Creo que jamás volveré a comer pastelitos de El Tiempo Perdido, a menos que alguien me los compre.

Maestra, sé que usted pidió un reportaje y no un relato autobiográfico (y patético, lo sé, lo sé, lo sé), pero esto es todo lo que pude hacer. Se lo entrego para que vea que por lo menos lo intenté. En el sobre adjunto encontrará fotocopias de las notas de periódico.

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