martes, agosto 20, 2019

Viejos amigos




Mi padre es más joven que yo. Porque él dejó de envejecer a los 52 años —la eternidad es la mejor crema antienvejecimiento— y yo ya voy a cumplir 56. Supongo que tengo más experiencia que él; podría verlo como a un amigo entrañable a quien estoy en situación de aconsejar. Podría decirle que sus hijos son unos malcriados y debió mandarlos a una escuela militarizada o religiosa para que aprendieran a comportarse. Pero a nadie le gusta que critiquen a sus hijos y él siempre defendió a los suyos. Sí, no es buena idea. Sería una oportunidad mejor aprovechada si lo regaño por no cuidarse, por no seguir puntualmente la dieta que le prescribieron. Le daría un puñetazo de cariño en el hombro y lo invitaría a un bar donde tocaran la música que le gustaba. La gente que nos viera ahí, compartiendo la mesa y chocando las copas, no se imaginaría que somos padre e hijo. Porque él tiene 52 años y yo 56. Pensarían que somos hermanos con pocos años de diferencia, aunque uno de los dos (él), es más alto, más guapo y más pasado de moda en su vestimenta. Sí, le invitaría unas copas. Fumaríamos. Tal vez, al final, fuera él quien me diera consejos. Siempre ha entendido la vida mejor que yo, aunque sea más joven, aunque yo siga por aquí un tiempo más y, un día, cuando vayamos otra vez a esa cantina donde tocan música de sus tiempos, la gente piense que yo soy el padre y él el hijo.

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