Aunque puedan ser usadas por ambos sexos, aunque en su diseño sean idénticas, la camiseta de una muchacha es diferente de la de un hombre. La hacen diferente el olor aunque esté limpia, la luz que se le quedó dentro, la forma del cuerpo, que sigue guardando como si hubiera sido moldeada sobre éste. Las camisetas son eternamente jóvenes. Dentro de cada una vive una niña. Puede uno verla si pone atención. Las camisetas blancas guardan novias de beso en la reja y días de pinta; las azules, jovencitas de rubor californiano; las rojas traen manchas oscuras en la espalda y en las axilas: son mujeres de trabajo, endurecidas, generosas; las amarillas traen el calor de la costa, el aroma de la sal, la resolana de la piel al fuego. Las camisetas son objetos celestes, y esto es visible en su consanguinidad con las nubes, que detrás de su tensa blancura revelan el sol con sus rayos. Dos soles: dos haces.
En primavera hay tardes en las que el viento estremece muchachas como si fueran camisetas en un tendedero.
1 comentario:
Una poética manera de ver las camisetas, Agustín. Me gusta.
Muchos saludos
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