Se mete a la
cama cuando ya estoy por caer dormido. Siempre lo hace igual: se acerca
despacio, como quien ya no tiene motivos para creer en el tiempo; me observa
unos instantes y luego se acuesta a mi lado. Siento su frío. Siento la sed con
que se bebe el calor de mi cuerpo.
Ya no me da miedo. Al principio, sí. La
primera vez que uno ve un fantasma es horrible. Hay gente que se enferma del
susto. Otros corren a comer pan para que no les cale. Yo no lo hice ni la
primera vez ni la segunda ni la tercera ni la cuarta, aunque el miedo era el
mismo. Finalmente me acostumbré. Ella lo sabe.
A veces, cuando llego a mi casa y me
pesa el silencio, saludo:
—Ya llegué.
Manías de solitario. Sé que ella anda
por aquí y me imagino que sonríe al oír mi saludo, contenta porque la he
aceptado como compañera de casa. No sé quién haya sido en vida ni cómo o cuándo
murió. No me incumben esas cosas: cada quien su penar. Lo único que sé de ella,
porque a veces miro con el rabillo del ojo y la encuentro a mi lado, es que es
mujer. Fue mujer. No debe de haber muerto muy vieja, porque su figura no está
encorvada; tampoco enferma, porque se desplaza con soltura. Los rasgos de la
cara no alcanzo a distinguirlos todavía, pero dicen que quien empieza a ver a
los fantasmas, cada vez ve más. Yo sólo veo una figura desdibujada, como una
luz que no llega a ser luz.
Se acurruca tímidamente a mi lado, sí.
Y ahí se queda quieta. No sé si duerme (¿necesita dormir un fantasma?). Tampoco
sé si me acompaña hasta que me levanto o se marcha en algún momento de la
madrugada.
A veces sueño con llantos. Sé que es
ella, que está llorando a mi lado, y despierto. Intento abrazarla, pero no
siento entre mis brazos más que aire frío: un aire de otra época que ha logrado
colarse a mi cuarto por alguna grieta del tiempo. También su olor hace ese
largo viaje a través de los mundos: un perfume desvaído, marchito, de violetas
que murieron hace muchísimos años. Se queda en mi almohada cuando ella se va.
Me gustaría preguntarle tantas cosas...
después de todo es mi compañera. Por ella fui dejando mi vida amorosa y mi vida
social. Por ella no he vuelto a traer amigos, porque sé que no le gustan los
extraños. ¿Ya dije que al último que vino le cerró la puerta del baño y no lo
dejaba entrar?
2 comentarios:
¡Más!
Lo sentí como un primer capitulo introductorio.
Podría ser. He estado pensando en eso.
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