Ya le habíamos
dicho a Isa que no queríamos que trajera más humanos a la casa. No somos
intransigentes; es que esos bichos causan muchos problemas: se enferman
fácilmente, son sucios y presentan conductas agresivas. Y, con las nuevas
leyes, ya no puede uno tenerlos en jaulas. Además, esos caprichos de Isa
siempre terminan en lágrimas. Cuando era más pequeña, tuvimos uno que nos duró
hasta que se enfermó a sí mismo con las porquerías que comía. Cuando murió, Isa
se empeñó en enterrarlo en el jardín y no paró de llorar hasta que le compramos
otro. No nos gusta comprarlos. Según dicen, en esas tiendas los tienen
esclavizados, especialmente a las hembras, cuya vida se reduce a la
reproducción de más infelices para vender. ¿Además para qué queremos humanos de
raza? De todas maneras, ya todos vienen mezclados y ninguno es mejor que los
otros. Naaaa, es una vil estafa.
Pero bueno, resulta que a este último
se lo encontró Isa en la calle, todo flaco y sarnoso y buscando comida en la basura.
Se acercó a él y empezó a hablarle, con todo y que le dijimos que tuviera
cuidado: esos seres tienen la costumbre de morder la mano que los alimenta. El
humanito se le quedó viendo a mi hija con desconfianza y gruñó.
—Vámonos ya —ordenó mi esposa, de mal
humor.
—¿No podemos darle algo de comer, mamá?
—No. Y no lo toques. Puede morderte.
Seguro no está vacunado.
Pero cuando mi hija quiere algo, no hay
manera de hacerla desistir.
—¡Por favor, por favor, por favor!
Finalmente le dimos gusto. Con todo y
el asco que me daba, agarré al bicho por la parte de atrás del cuello y lo eché
en una caja de cartón que alguien había dejado ahí mismo, recargada en uno de
los botes de basura.
Una vez en casa, hubo que revisarlo a
ver si no traía sarna o parásitos visibles. Luego lo bañamos y finalmente lo
llevamos a la cocina. Le ofrecimos de lo mismo que habíamos comido nosotros,
pero no quiso ni probarlo. Hubo que salir a comprarle una bolsa de Doritos.
No se llevó bien con los hamsters que
teníamos; a la hembra intentó violarla en cuanto la vio, y al macho lo atacó a
mordidas, por la espalda, para quitarlo de su rueda de hacer ejercicio. Le
dijimos a Isa que sería mejor deshacerse de su mascota, pero no quiso, con todo
y que le dimos argumentos y opciones:
—¿Por qué no buscamos un animal más
bonito? ¿Qué le ves a éste? No tiene ni los colores de los peces, ni el encanto
de los gatos, ni las cualidades morales de los perros, ni la utilidad de las
gallinas.
Lo único que logramos fue que aceptara
tenerlo en el jardín, sujeto con una cadena. Eso dio buen resultado al
principio, porque a los humanos les encantan las cadenas, pero éste empezó a
hacer agujeros en la tierra. Creo que buscaba cosas brillantes: algún trozo de
vidrio, un pedazo de metal, una envoltura... todo eso, especialmente si era
dorado, lo hacía gruñir en éxtasis. Buscando esa basura, hizo tantos agujeros,
dañó las raíces de tantas plantas, que entonces sí hablamos en serio con Isa. Y
la niña entendió.
Al día siguiente nos lo llevamos en el
coche y lo dejamos en la orilla de la carretera, a ver si alguien se detenía a
recogerlo.
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