Agustín, como escritor para
jóvenes, es un caso especial. No me gusta hacer distinciones entre la
literatura para niños y jóvenes y la literatura para adultos, sin embargo, el
mundo editorial insiste en hacerlas, normalmente en detrimento de la literatura
infantil y juvenil. Yo pienso que los buenos libros son para cualquier edad.
Hay quien dice: “si te leen a ti, los jóvenes después podrán leer a Fuentes o a
Borges”. Como si ésta fuera una ilteratura de segunda que preparase para una de
primera. La crítica “seria” rara vez voltea a ver un libro para jóvenes. La
edad de los lectores se considera la principal limitante: no se puede escribir
de cualquier tema, tampoco hay una libertad en el uso del lenguaje, porque, ya
saben, los jóvenes usan cada vez menos palabras y los niños, ni se diga. El
asunto es que no es una literatura menor, pues requiere de un trabajo extra de
la imaginación del autor: no sólo es entender la psicología de una edad
particular; adaptarse a un cierto nivel de experienca de vida que el autor
meramente adivina y lograr un lenguaje a tono con ese lector imaginario.
También se requiere la creación de la obra con todos los elementos: el tema, el
desarrollo, el desenlace y todo lo que eso implica.
El caso de Agustín, como
decía, es especial. Él es un autor ampliamente reconocido en el ámbito de la
literatura que no tiene distinción de edad, cuyo lenguaje fluye con igual
belleza en la prosa que en la poesía. Agustín es, además, un gran lector, una
persona erudita. Lo bello es que las gotas de su erudición resbalan a sus
libros de una manera sutil, claramente perceptible aunque nunca ostentosa. Sus
temas nunca me han parecido fáciles, ni sus personajes: él es un observador de
la vida y de la naturaleza en el más extenso sentido de la palabra. Y muchas
veces su mirada aguda ha caído sobre particularidades del comportamiento humano
de las cuales no necesariamente nos sentimos orgullosos y las expone con ese
deleite del lenguaje que para mí es una de las cualidades que lo definen como autor.
Lo especial es que un autor
así decida andar el camino de la literatura para niños y jóvenes. Agustín no es
condescendiente cuando escribe para este público. No hace concesiones.
Considera al lector joven tan capaz como cualquiera. Sus temas siguen siendo
complejos, el lenguaje no pierde terreno. He leído casi todas las obras que
Agustín ha escrito en este camino, desde La guerra de los
gatos, con la que ganó el premio Juan de la Cabada en 1998, hasta Operación Snake.
Y el último me gusta mucho, ahora les diré por qué:
El protagonista, Horacio, es
un adolescente que va por la vida con una actitud de desprecio hacia la
humanidad. Entra a prepa en una escuela donde no conoce a nadie y se dedica a
hacer una disección psicológica de sus compañeros, a quienes llama “conejitos”.
En esa categoría están el chavo que busca ser amigo de todos, el guapo
deportista, la rubia bonita y sus leales súbditas. Pero Horacio, autodefinido
como chico duro, está harto de los conejitos y cito: “son niños que creen
en el futuro, en la familia, en la pareja, en los iPhones y en lo cool... ¿por
lo menos habrá un trasero interesante?”
Tras la apariencia de rudo,
Horacio busca en realidad rostros inteligentes. Pero no es el único harto de
una sociedad en donde todo parece producción en masa, hasta las personas y en
donde los que piensan distinto prefieren aislarse, como él dice: “a los
espacios más habitables, es decir libres de humanos”. En esa soledad del
escondite conoce a Yara, que parece compartir su desprecio por la humanidad,
empezando por él, a quien llama “feo, puerco y tonto”.
Los personajes de la novela
–todos– me gustan por frescos, por genuinos, porque actúan y piensan como en
verdad actúan y piensan los adolescentes y Agustín tiene la valentía de
presentarlos sin pasteurizar. Me explico: el ámbito de la literura para niños y
jóvenes en México a veces es muy fresa. En la preocupación por ser aceptados
para las ventas escolares, autores y editoriales se suben al barco de los temas
y el lenguaje puritano, existe una gran cantidad de libros donde los personajes
están totalmente pasteurizados, es decir, trabajados para gustar, para encajar,
despojándolos de toda su frescura. A Agustín eso no le interesa. Horacio es tan
hormonoso y mal hablado como cualquier chavo de su edad. Y ve las cosas con
artera acidez. Su vida familiar, por ejemplo, dista mucho de ser convencional,
cito: “no creemos
en supersticiones sociales: nada de que todos comemos juntos y nos contamos lo
que hicimos durante el día. Cada quien come cuando llega o cuando tiene hambre.
Toma de lo que hay en la estufa; si no encuentra nada ahí, busca en el
refrigerador; si tampoco ahí hay nada, se va a la alacena y saca lo que pueda
comerse sin morir envenenado”.
En esta novela, los
personajes no caen en estereotipos. Horacio no es simplemente el rudo que se la
vive en contra de todos los demás. En realidad es un chavo que tiene miedos e
inseguridades como cualquiera. Uno de ellos, que es feo. El piensa que“los feos solemos
consolarnos pensando que todos los guapos son imbéciles”... La cosa es que
el guapo de esta novela no es imbécil, en realidad es buena onda. El miedo de
Horacio al rechazo no es sólo un miedo adolescente, como si fuera un mal típico
de la edad que antes no se padecía y luego se supera por arte de magia. Es, en
realidad, un miedo profundamente humano. Cito a Horacio:“Yo pensaba que
estaba bien esto de ser feo. O que en todo caso, no tenía importancia. Ahora
creo que sí importa y veo mi cara en el espejo, mi ridícula “cara de niño” y me
da rabia lo que veo. Y miedo. Miedo de no gustarle a nadie. ¿Será que nunca voy
a saber lo que es besar a una mujer, ser deseado, hacer el amor? Todo el mundo
tiene miedo de algo, ¿no?”.
El hilo conductor de Operación
Snake es la vida preparatoriana de este chavo que fracasa en sus intentos
por repeler a sus compañeros. En el trasfondo, están los asesinatos que han
ocurrido en la ciudad y que la hermana menor de Horacio, Celina, apasionada de
los temas macabros y la medicina forense, ha seguido puntualmente en las noticias.
Muertes extrañas, donde el asesino paraliza a sus víctimas y después las
desangra. Comienzan las sospechas de que el asesino es un ser sobrenatural,
porque, claro, como dice Érick, el cincuentón amigo de Horacio: “Si existe
lo normal, ¿por qué no va a existir también lo anormal? ¿Sólo porque es
anormal?”…
Y aquí entra en juego una
lamia, un ser de la mitología griega: “las lamias son
antiguos demonios del agua, mujeres-serpiente de belleza inmarcesible que no
envejecen nunca. Nunca, aunque tengan quinientos años. Pero su belleza es
fatal: se alimentan de la sangre de los voluptuosos...”.Agustín revive a un
ser mitológico, ancestral y le extiende la invitación a participar en su
novela. Y la lamia acepta. Frágil y poderosa, seductora y letal, se desliza en
la historia como portadora de una feminidad que provoca un deseo incontrolable,
peligroso, que lleva a quien lo vive a su propia muerte.Y
de nuevo, nada es lo que parece ser.
En Operación Snake
como dije antes, Agustín no hace concesiones ni escribe con condescendencia. Lo
mismo hace alusiones a William Blake, a Poe, a Rilke que invita al lector al
diccionario con palabras como inmarcesible. No se entretiene con banalidades ni
juicios morales. Yo creo que ésta novela marca un hito y un punto de partida en
la literatura juvenil que se ha escrito en México: una literatura genuina que
se disfruta, que entretiene, que mueve y que ante todo, respeta al lector
juvenil como una persona compleja, inteligente y curiosa.
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