miércoles, enero 09, 2019

Una reseña de Operación Snake, por Norma Muñoz Ledo




Agustín, como escritor para jóvenes, es un caso especial. No me gusta hacer distinciones entre la literatura para niños y jóvenes y la literatura para adultos, sin embargo, el mundo editorial insiste en hacerlas, normalmente en detrimento de la literatura infantil y juvenil. Yo pienso que los buenos libros son para cualquier edad. Hay quien dice: “si te leen a ti, los jóvenes después podrán leer a Fuentes o a Borges”. Como si ésta fuera una ilteratura de segunda que preparase para una de primera. La crítica “seria” rara vez voltea a ver un libro para jóvenes. La edad de los lectores se considera la principal limitante: no se puede escribir de cualquier tema, tampoco hay una libertad en el uso del lenguaje, porque, ya saben, los jóvenes usan cada vez menos palabras y los niños, ni se diga. El asunto es que no es una literatura menor, pues requiere de un trabajo extra de la imaginación del autor: no sólo es entender la psicología de una edad particular; adaptarse a un cierto nivel de experienca de vida que el autor meramente adivina y lograr un lenguaje a tono con ese lector imaginario. También se requiere la creación de la obra con todos los elementos: el tema, el desarrollo, el desenlace y todo lo que eso implica.

El caso de Agustín, como decía, es especial. Él es un autor ampliamente reconocido en el ámbito de la literatura que no tiene distinción de edad, cuyo lenguaje fluye con igual belleza en la prosa que en la poesía. Agustín es, además, un gran lector, una persona erudita. Lo bello es que las gotas de su erudición resbalan a sus libros de una manera sutil, claramente perceptible aunque nunca ostentosa. Sus temas nunca me han parecido fáciles, ni sus personajes: él es un observador de la vida y de la naturaleza en el más extenso sentido de la palabra. Y muchas veces su mirada aguda ha caído sobre particularidades del comportamiento humano de las cuales no necesariamente nos sentimos orgullosos y las expone con ese deleite del lenguaje que para mí es una de las cualidades que lo definen como autor.

Lo especial es que un autor así decida andar el camino de la literatura para niños y jóvenes. Agustín no es condescendiente cuando escribe para este público. No hace concesiones. Considera al lector joven tan capaz como cualquiera. Sus temas siguen siendo complejos, el lenguaje no pierde terreno. He leído casi todas las obras que Agustín ha escrito en este camino, desde La guerra de los gatos, con la que ganó el premio Juan de la Cabada en 1998, hasta Operación Snake. Y el último me gusta mucho, ahora les diré por qué:

El protagonista, Horacio, es un adolescente que va por la vida con una actitud de desprecio hacia la humanidad. Entra a prepa en una escuela donde no conoce a nadie y se dedica a hacer una disección psicológica de sus compañeros, a quienes llama “conejitos”. En esa categoría están el chavo que busca ser amigo de todos, el guapo deportista, la rubia bonita y sus leales súbditas. Pero Horacio, autodefinido como chico duro, está harto de los conejitos y cito: “son niños que creen en el futuro, en la familia, en la pareja, en los iPhones y en lo cool... ¿por lo menos habrá un trasero interesante?”

Tras la apariencia de rudo, Horacio busca en realidad rostros inteligentes. Pero no es el único harto de una sociedad en donde todo parece producción en masa, hasta las personas y en donde los que piensan distinto prefieren aislarse, como él dice: “a los espacios más habitables, es decir libres de humanos”. En esa soledad del escondite conoce a Yara, que parece compartir su desprecio por la humanidad, empezando por él, a quien llama “feo, puerco y tonto”.

Los personajes de la novela –todos– me gustan por frescos, por genuinos, porque actúan y piensan como en verdad actúan y piensan los adolescentes y Agustín tiene la valentía de presentarlos sin pasteurizar. Me explico: el ámbito de la literura para niños y jóvenes en México a veces es muy fresa. En la preocupación por ser aceptados para las ventas escolares, autores y editoriales se suben al barco de los temas y el lenguaje puritano, existe una gran cantidad de libros donde los personajes están totalmente pasteurizados, es decir, trabajados para gustar, para encajar, despojándolos de toda su frescura. A Agustín eso no le interesa. Horacio es tan hormonoso y mal hablado como cualquier chavo de su edad. Y ve las cosas con artera acidez. Su vida familiar, por ejemplo, dista mucho de ser convencional, cito: “no creemos en supersticiones sociales: nada de que todos comemos juntos y nos contamos lo que hicimos durante el día. Cada quien come cuando llega o cuando tiene hambre. Toma de lo que hay en la estufa; si no encuentra nada ahí, busca en el refrigerador; si tampoco ahí hay nada, se va a la alacena y saca lo que pueda comerse sin morir envenenado”.

En esta novela, los personajes no caen en estereotipos. Horacio no es simplemente el rudo que se la vive en contra de todos los demás. En realidad es un chavo que tiene miedos e inseguridades como cualquiera. Uno de ellos, que es feo. El piensa que“los feos solemos consolarnos pensando que todos los guapos son imbéciles”... La cosa es que el guapo de esta novela no es imbécil, en realidad es buena onda. El miedo de Horacio al rechazo no es sólo un miedo adolescente, como si fuera un mal típico de la edad que antes no se padecía y luego se supera por arte de magia. Es, en realidad, un miedo profundamente humano. Cito a Horacio:“Yo pensaba que estaba bien esto de ser feo. O que en todo caso, no tenía importancia. Ahora creo que sí importa y veo mi cara en el espejo, mi ridícula “cara de niño” y me da rabia lo que veo. Y miedo. Miedo de no gustarle a nadie. ¿Será que nunca voy a saber lo que es besar a una mujer, ser deseado, hacer el amor? Todo el mundo tiene miedo de algo, ¿no?”.

El hilo conductor de Operación Snake es la vida preparatoriana de este chavo que fracasa en sus intentos por repeler a sus compañeros. En el trasfondo, están los asesinatos que han ocurrido en la ciudad y que la hermana menor de Horacio, Celina, apasionada de los temas macabros y la medicina forense, ha seguido puntualmente en las noticias. Muertes extrañas, donde el asesino paraliza a sus víctimas y después las desangra. Comienzan las sospechas de que el asesino es un ser sobrenatural, porque, claro, como dice Érick, el cincuentón amigo de Horacio: “Si existe lo normal, ¿por qué no va a existir también lo anormal? ¿Sólo porque es anormal?”…

Y aquí entra en juego una lamia, un ser de la mitología griega: “las lamias son antiguos demonios del agua, mujeres-serpiente de belleza inmarcesible que no envejecen nunca. Nunca, aunque tengan quinientos años. Pero su belleza es fatal: se alimentan de la sangre de los voluptuosos...”.Agustín revive a un ser mitológico, ancestral y le extiende la invitación a participar en su novela. Y la lamia acepta. Frágil y poderosa, seductora y letal, se desliza en la historia como portadora de una feminidad que provoca un deseo incontrolable, peligroso, que lleva a quien lo vive a su propia muerte.Y de nuevo, nada es lo que parece ser.

En Operación Snake como dije antes, Agustín no hace concesiones ni escribe con condescendencia. Lo mismo hace alusiones a William Blake, a Poe, a Rilke que invita al lector al diccionario con palabras como inmarcesible. No se entretiene con banalidades ni juicios morales. Yo creo que ésta novela marca un hito y un punto de partida en la literatura juvenil que se ha escrito en México: una literatura genuina que se disfruta, que entretiene, que mueve y que ante todo, respeta al lector juvenil como una persona compleja, inteligente y curiosa.

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